miércoles, 16 de diciembre de 2009

Tlapalería y las voces.



Elena Poniatowska narra, decía Octavio Paz, como los pájaros que en un parque ven, callan y luego cantan. Quizá por eso son sus historias un mar de personas y situaciones que representan un medio social, el mexicano, y su pluralidad de clases y prototipos, para generar con ello obras narrativas que son revisadas por propios, mexicanos, como un acercamiento a lo personal, y por extraños, extranjeros, como pequeñas muestras de que, después de todo, seguimos siendo un pueblo de tradiciones anquilosadas.

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Tlapalería es el conjunto de cuentos más reciente editado por la autora, nacida en París. Las historias que lo componen son un acercamiento no sólo al México tlapalero -el que lo tiene todo, como en la tradicional tienda de aditamentos y miscelánea que le da título-, sino también a la diversidad de actos que componen la existencia humana. Nuestra razón, nuestra esencia, lo que nos distingue de otras especies.

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En ese sentido es destacable "Tlapalería", cuento que, en cierta medida, le da título al material. Hecho con muy breves pedazos de descripción a los cuales siguen invariablemente voces en estilo directo de personajes que, si bien uno no identifica, sí relaciona con su portador, quizá hasta atribuyéndole características físicas que nadie nos describe, que definitivamente no están ahí, "Tlapalería" es el resultado de lo que Elena sabe hacer, y que ha perfeccionado por décadas: ver, oír, callar, y luego narrar.

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¿Quién no ha entrado en una tlapalería, sentido el aroma de solventes y polvos de construcción, comprado algún tornillo, una tuerca, una escoba, un poco de acerrín? ¿Quién no ha salvado la regadera de la casa vieja con un pequeño alambre, ése que sería inútil para sociedades como la estadounidense, en que lo que no es nuevo no sirve para nada? ¿Quién no ha visto resurgir, gracias a lo adquirido en una tlapalería, imponentes pisos, bien fraguados techos, excelentes camas? ¿Quién no ha escuchado sus voces, que piden todo, que no piden nada, que se lo llevan de a tres cuartos, de a cinco kilos, de a diez pesos? ¿Quién no ha entendido, escuchando las voces de dependientes y clientes, que la vida es una película que pasa, llena de objetos indifentes, pero que es en la capacidad de escuchar que se localiza el poder de vivirla plenamente?

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Tlapalería y "Tlapalería" son títulos de cuidado. Hay que entender que somos el otro para poder acceder a ellos. Hay que ser el otro para comprenderlos. La labor de su lectura exige, por ende, total incomprensión de lo que es ser alguien más, y al mismo tiempo total conciencia de que se es, se quiera o no, uno y todos, todos y ninguno.

La piel del cielo... o ventanear al esposo.



A Guillermo Haro nunca le gustaron los periodistas. Le molestaba tremendamente que lo atosigaran con grabadoras, preguntas, cuestionamientos que, decía, no servían para nada. Cuando Elena Poniatowsa se presentó ante el reconocido astrónomo, que laboraba en aquel entonces, como toda la vida, en el observatorio de Tonantzintla, en Puebla, que él mismo había fundado, la entrevistadora recibió del científico un rotundo "no". "Estoy seguro que ni lápiz trae", le espetó Haro a una Poniatowska, como siempre, acostumbrada a que las cosas le llovieran del cielo. Elena regresó a la semana siguiente, según cuenta en Elenísima, su biografía de Michael K. Schuessler, no sólo con lápiz, sino con una lista de preguntas para hacerle. Elena se quedaría en la vida de Haro ya no como su entrevistadora de cabecera, sino como su esposa, con la cual criaría dos hijos.

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"Mamá, ¿allá atrás se acaba el mundo?", es la frase con la que inicia La piel del cielo, novela ganadora del Premio Alfaguara de novela 2001, y en la cual se siguen los pasos de Lorenzo de Tena, un personaje de carácter irasible, basado en el mismo Haro que Elena tuvo entre sus brazos a título de marido, y que tantos males le haría padecer en la vida conyugal que ella, como relata en la fuente antes citada, ni entendía ni deseaba entender.

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Tena es no sólo la representación del científico mexicano del siglo XX por excelencia: heredero de los afanes ilustradores de la Revolución, se afana por derrivar en el pueblo mexicano los duros estándares de la realidad. Los tapones al conocimiento de la pobreza, el hambre, el corporativismo de las instituciones en formación, la burocracia, el resentimiento hacia el que crece, a título de aquella fábula de las ranas que se empujan una a otra hacia el vacío para jamás dejar que ninguna de ellas acienda sobre otra y vea la luz del sol, se libere de la caverna, constituya la odisea formal de una patria de héroes que vencen sus propias ataduras y afianzan la raza cósmica.

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Pero de Tena es también la "filmografía" del esposo "ventaneado": si a través de sus pasos, Elena nos descubre al que fue su esposo, no en un hábito biográfico sino narratológico, literario, lo que lo enriquece aún más como personaje, lo dota de posibilidades infinitas, Lorenzo de Tena es entonces la encarnación del macho mexicano pueso a prueba: bajo la lupa, atravesado por un narrador asexual que manipula una autora mujer que además fue su esposa, el persona, mitad realidad extratextual, mitad ficción, baila como el títere lamentable de una nación encarnada en el racismo, la desigualdad, la injusticia, las dolencias de una patria en contuvernio eterno con la incultura, la pedantería, el arribismo.

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Elena Poniatowska comete en La piel del cielo no sólo un arrebato a la razón -si es que puede llamársele así- sustentadora del mito del macho mexicano. Comete también una confesión apetitosa: confiesa que conoce al género masculino, y está dispuesto a exponerlo a la luz de la lectura, en una obra ágil, expositiva, ganadora además. Una obra sobre cómo ventanear al marido, lograr una novela casi histórica, testigo de una época... y salir ilesa.

martes, 15 de diciembre de 2009

Tablada en términos de crítica



Dentro de la amplísima producción periodística de Tablada —practicó el periodismo durante más de cincuenta años, entre 1890 y 1945--sobresalen los artículos dedicados al arte. Sin restar importancia a los de crítica literaria, en aquella colección la calidad de la producción del autor es más irregular, y en ocasiones tiende a salir del paso con una cadena de citas enlazadas por brevísimos comentarios.

Algunos artículos de índole predominantemente informativa ciertamente enumeran y describen muy suscintamente, por ejemplo, los cuadros de una exposición. En este ámbito, sin embargo, le es más difícil utilizar este recurso, y se ve obligado a profundizar más en el tema. En el amplio campo del arte escribe sobre pintura -sin duda los artículos más numerosos—, escultura, arquitectura y artes populares.

Como en su crítica literaria, en la crítica de arte, especialmente en su primera parte, es patente una visión estética donde predomina la teoría del arte por el arte, que más tarde se matizaría y menguaría sin duda debido a la influencia de los estudios esotéricos que el poeta realizara con mayor sistematicidad y convencimiento en el último tercio de su vida. Al hablar de Ruelas y del grupo de amigos que se reunían en el estudio del pintor, con un tono de autocrítica, escribe Tablada, sufriendo nosotros el extravío de creer en el 'arte por el arte', todos los medios parecían buenos para conseguir el fin estético, y la indispensable 'torre de marfil' se convirtió en caja de sutiles reactivos químicos y en gabinete de magia negra.

El radicalismo de la religión del arte exigía el sincero desprecio hacia el burgués, y burgués era todo el que no pensaba como nosotros en asuntos estéticos, pues los sociales y económicos nos parrecían muy secundarios. Era toda una dislocación de categorías que llegaba en su grotesca ingenuidad hasta a hacernos creer que la sociedad ideal sería integrada y regida por poetas más o menos baudelerianos, o en salmuera de ajenjo como Verlaine, o doctorados en el claroscuro satánico del aguafortista Rops, o escenógrafos de Misas Negras como Huysmans (1937, 244).
Consciente de los excesos juveniles, continúa:


Concedimos al ejercicio literario excesiva importancia, que está
muy lejos de tener en las sociedades en formación como la
nuestra, y nos exasperaba la simple enunciación de aquella verdad
spenceriana que restablecía las inviolables jerarquías: 'el arte es la
flor de las sociedades' (1937, 244-45).

Pero termina justificando y viendo el lado positivo de esta actitud: Porque a pesar de sus defectos, todos explicables y disculpables por un exceso de cualidades positivas: un formidable ímpetu vital y un amor frenético por el arte, aquella juventud era sabia, entusiasta y cultísima. (1937, 245)



En cuanto al estilo de la crítica de arte tabladista, no asombra que siga las mismas líneas que su crítica literaria. Así, en su primera época es de fuerte tinte modernista. En ocasiones el cuadro o grabado aparecen como un pretexto para una breve narración literaria que adereza con la cita pertinente de algún poeta. A manera de ejemplo, y como conclusión, baste la siguiente muestra, tomada del número de la segunda quincena de enero de 1902 de la Revista Moderna, sobre Steinlen:

Una selva virgen sin fin y sin misericordia, un bosque hirsuto y
trágico, una gran arboleda de pesadilla y de maldad ... Los
gruesos troncos espinosos, las ramas en zig-zag, tienden y erizan
sus obstáculos; tras de los primeros términos las multitudes se
precipitan y aullan; van pisando abrojos, regando sangre y sin
embargo sus bocas suspiran y cantan ... Pulula aquel hormiguero
de hombres y mujeres y todos van hacia delante con los labios
secos y las miradas ardientes ¡Ahí viene la monja más blanca que
un lirio, con su traje más negro que el dolor...! Ahí viene la
emperatriz que abandona su palacio, como la monja deserta su
claustro ... Todos corren hacia adelante, hacia adelante, pisando
las rosas de la selva y los montones de oro; corren hollando los
decálogos mundanos y sobre las prohibiciones celestes, corren las
princesas y los pajes, corren todos los humanos y símbolo de esos
deseos son esos príncipes que en primer término fulguran.

Comentario al espejismo de su poesía


Paola Suárez Galicia
(Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, UNAM)


José Juan Tablada fue, desde su niñez, un inquieto observador del Otro, un hombre ávido de la novedad y del exotismo, que consideraba rejuvenecedores.

En su primera época escribió poemas de temas variados, donde transitan lo mismo cortesanas chinas, que siervas árabes (Soneto morisco) y seductoras francesas de la talla de Manón y Casandra (“Soneto Watteau”, “Abanico Luis XV”, “Comedieta”); las geishas serán la pasión que, a la postre, harán del propio artista un estereotipo: el del cultivador de imágenes extranjeras, el japonista, etiqueta que lejos de rehusar, ostentaba como una presea, pues sus conocidos lo recuerdan en su casa de Coyoacán vestido de kimono, con abanico y sirviendo el té a sus invitados.


Pero más allá del Tablada japonista, a quien sus contemporáneos le llegaron a conceder “opulencia oriental” (Núñez,1951, p. 12), yo veo al soñador, al hombre que posó la mirada en otros por no ver a los suyos sufrir en aquel México que, no sé por qué mecanismo del imaginario, me parece mucho mejor que el de hoy, tanto que su pintoresco barullo, revelado en un lejano espejismo, me incita al ensueño.

Poesía visual...

Fragmentos de su poesía ideográfica:




















Haikús, su pincel más sutil



LA ARAÑA


Recorriendo su tela

esta luna clarísima
tiene a la araña en vela.




HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas;


nunca vi tantas hojas en sus árboles


verdes, en primavera.




LOS SAPOS


Trozos de barro,


por la senda en penumbra,


saltan los sapos.




EL MURCIÉLAGO


¿Los vuelos de la golondrina


ensaya en la sombra el murciélago


para luego volar de día...?




MARIPOSA NOCTURNA


Devuelve a la desnuda rama,


mariposa nocturna,


las hojas secas de tus alas.




LUCIÉRNAGAS


Luciérnagas en un árbol...


¿Navidad en verano?




LA LUNA


Es mar la noche negra;


la nube es una concha;


la luna es una perla...




PANORAMA


Bajo de mi ventana, la luna en los tejados


y las sombras chinescas


y la música china de los gatos.




TONINAS


Entre las ondas azules y blancas


rueda la natación de las toninas


arabescos de olas y de anclas.




PECES VOLADORES


Al golpe del oro solar


estalla en astillas el vidrio del mar.




12 P.M.


Parece roer el reló


la medianoche y ser su eco


el minutero del ratón...




LA CARTA


Busco en vano en la carta


de adiós irremediable,


la huella de una lágrima...




IDENTIDAD


Lágrimas que vertía


la prostituta negra,


blancas..., ¡como las mías...!




Crónicas... mencionar 1...2...3.


Por Jennifer Sicarú


Tablada, en tres de sus crónicas, nos habla, por medio de su sutil elegancia y humor, del amor a México, el señalamiento del crimen para ser corregido y el sentido artístico que dirigió su vida misma.
En la crónica Espejismos mexicanos, tenemos un Tablada que alucina las comidas y ropajes mexicanos, además de hacer mención elogiosa a los poetas y artistas de nuestro país, y en especial, al caricaturista Ernesto Cabral, amigo de Tablada que rechaza su puesto en un periódico de Manhattan por no poder residir allá junto con su “Eva mexicana”, su novia llamada “Hella”, cuando Tablada pretendía poner en alto los dotes y prestigio del arte mexicano en tierras extranjeras.
En segundo lugar de tres menciones, en la crónica Misterios de Nueva York se explicita la historia del patrón de un monipodio que se dedica al robo de autos y complots financieros. Tablada describe la historia del personaje (Capone, alias el “Caricortado”) entrecruzando una serie de descripciones literarias sobre sus empleados, su rostro, su auto… su inframundo. Tablada, con suma elegancia cual policía que sigue el caso de un difícil criminal, señala la desfachatez del robo y sus formas extravagantes de vida, sugiriendo implícitamente la corrección y persecución de aquellos que burlan la ley.

Por último, mencionar el corazón mexicano y artístico de Tablada en tierras extranjeras. En su viaje a Japón, emite una serie de crónicas descriptivas sobre el arte de este país. La primera de ellas, nombrada Alborada japonesa, describe el arribo al puerto con grados de sorpresa y apreciación artística entrañables. Narra cómo considera la originalidad de las tripulaciones japonesas, misma que reside en los alegres colores que mezclan los hombres, mujeres y niños de ese lugar. En crónicas posteriores que también exponen al Japón del año 1900, Tablada asegura comprender la omnipotencia del arte en todos los sentidos: aún lejos de su querida patria mexicana, asegura que el arte está presente en toda forma y lugar del mundo, ya que este escritor mexicano se sabe un alma universal que forma parte de un todo y manifiesta su voluntad heroica en todos sus textos, mismos que no mueren ni se extinguen del espíritu humorístico con la ausencia física de su autor inmortal.

Poemas en VOZ... enlaces



  • "Agua-fuerte"




  • "Nocturno alterno"

Poema en audio: Nocturno alterno de José Juan Tablada por Sergio de Alva y Aurora Molina




  • "Onix"

Poema en audio: Onix de José Juan Tablada por Sergio de Alva




  • Más poemas en:

http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=critz.php&wid=32&show=poemas&p=Jos%E9%20Juan%20Tablada

Humor en las crónicas de Tablada



Pilar Mandujano Jacobo,

Universidad Nacional Autónoma de México


En la semblanza a la obra y la personalidad de José Juan Tablada que hiciera el poeta Octavio Paz con motivo del fallecimiento del poetacronista en agosto de 1945, instó a que se observaran la curiosidad, la ironía, la agilidad y la renovada frescura de la imagen como las definitivas virtudes de la poesía del escritor moderno-vanguardista.
Y ya antes el mismo Paz en su ensayo "La tradición del haikú" reconoció la influencia de Tablada en los jóvenes escritores, quienes descubrieron en el haikú de aquel el humor y la imagen, 'dos elementos centrales de la poesía moderna', dice el crítico, y agrega: 'En la obra juvenil de muchos poetas hispanoamericanos de esa época, 1920 y 1925, es visible el ejemplo de Tablada. En México la lección fue recogida por los mejores: Pellicer, Villaurrutia, Gorostiza'.
Indiscutiblemente los cambios que hiciera José Juan Tablada de la percepción poética en los años veinte le valieron como trascendentales aciertos para su poesía vanguardista: la economía verbal y la objetividad, la correspondencia entre lo que dicen las palabras y lo que miran los ojos, es decir la escuela de concentración que implica el haikú, a decir de Octavio Paz, como también esa cualidad distintiva de la poesía moderna: el humor y la ironía con los que se vislumbraba la realidad. Pero en Tablada estos dos últimos rasgos no son privativos de su poesía, ni de su etapa de vanguardia, son los elementos inherentes a su naturaleza intelectual, desde 1891 cuando iniciara la publicación de sus poemas y crónicas hasta su muerte, en 1945.

Infinidad de textos en verso y prosa afirman esta cualidad. Precisamente su libro Del humorismo a la carcajada recoge gran parte de esa vertiente humorística del autor. Piezas que corresponden a su etapa modernista, las crónicas de Nueva York de los años veinte y cuarenta, las crónicas mexicanas de finales de los años treinta y muchos otros artículos periodísticos nos muestran a un Tablada mordaz, irónico y hasta burlón. En la presentación del libro antes citado aparecen algunas opiniones de intelectuales y amigos de Tablada sobre esa actitud irónica del escritor. Jesús Zavala manifestó: 'Era maestro por antonomasia de la sátira y la ironía. No había quien midiera sus armas con él en ese terreno'. Enrique Uthoff: 'José Juan Tablada la más buida ironía en la más fina sensibilidad de artista' y Teodoro Torres, entre otros: 'Maestro de ironías es el poliédrico, sutil, elegante y cosmopolita José Juan Tablada'.

El mismo Tablada nos cuenta en el ensayo que hace de prólogo a Del humorismo, anécdotas en torno a su tendencia humorística y humoricista, cualidades distintas como se verá, que se irían alternando y delineando en su escritura y su personalidad. Se expresaron elogios y reconocimientos por parte de sus amigos, aceptación del mismo autor sobre sus inclinaciones humorísticas, pero también hubo críticas y censura, no todo fueron alabanzas por aquella proclividad. Cuando el cronista prestó su pluma para defender y apoyar al gobierno porfiriano con sus escritos satíricos, "Tiros al blanco" y Madero Chantecler, en los momentos del resquebrajamiento definitivo del régimen, fue marginado de la vida pública. Al autor le costó la indiferencia de críticos y analistas hacia su obra poética y su prosística posterior a 1914, año en el que el poeta salió de México para exiliarse en varios países del continente americano. Tablada incluso en algunas cartas a sus amigos se quejaba de estar muy abandonado por aquéllos y por los profesionales de la literatura.
Ahora bien, hasta aquí he hecho un recuento de algunas instancias en las que se advierten las agudezas de ingenio y humor de José Juan Tablada. Lo que interesa en seguida es detectar cómo se fue dando esa vertiente, los caminos que tomó en distintos momentos, ya que un repaso de esta cualidad en la obra de Tablada indica que tuvo distintas modalidades, tonos, matices, finalidades, de acuerdo al medio periodístico (pues no era lo mismo publicar para la Revista Moderna, El Imparcial, o el Excélsior), al medio social y cultural de México y al ánimo que expresara Tablada de los distintos fenómenos históricos y políticos del país. Se parte entonces de la consideración de que la vena humorística de José Juan Tablada se manifiesta en diversas gradaciones y con distintos objetivos, lo cual da lugar al empleo del humor, la humoricidad, la comicidad, la ironía y la sátira, que como veremos son rasgos que guardan algún parentesco pero se diferencian entre sí por la intensidad de la carga semántica y la intencionalidad del mensaje, según algunos teóricos del tema. De esta forma suponemos a la vez podrá advertirse la función de diversos recursos estilísticos en determinados textos periodísticos de José Juan Tablada.
En primera instancia se tomarán en cuenta algunos fragmentos del libro Del humorismo a la carcajada, donde se muestran aspectos de la producción humorística y humoricista de Tablada. Para la diferenciación de ambos conceptos atenderemos a lo que anota Jaime Castañeda Iturbide:

Según su calidad y su intencionalidad el humor da lugar a varios compuestos humorísticos que oscilan entre el sarcasmo cruel o el chiste burlón y el humorismo en cuanto éste esboza una filosofía.

Para que no haya confusiones en los términos el autor enfatiza que debe recordarse que existe, dentro del humor, lo que Hoffding llama Humorismo. Y por otro lado está el chiste, la burla, lo cómico que sería 'el pequeño humor' o humoricidad. De entre lo que se especifica que fueron los primeros brotes humorísticos de Tablada, en Del humorismo, escogemos el epigrama que le dedicara Tablada a Julio Ruelas, artista aficionado a los buenos vinos, que cuando regresó de Alemania se reveló como gran nadador:


Ruelas nada cual delfín,
quizás como tiburón,
antaño nadó en el Rhin
y hogaño nada en el ... ron.


Cuando Gerardo Murillo resolvió cambiar su antiguo nombre por el de 'Doctor Atl', Tablada improvisó la siguiente cuarteta:

De Bartolomé el homónimo
ya que emularlo no puedo,
se ha adjudicado un seudónimo
que suena como estornudo...


Estos breves fragmentos que corresponderían básicamente a la etapa modernista del autor nos muestran su perfil humoricista y momentos de 'pequeño humor'. Son chispazos que al tiempo de ser lanzados convierten en anecdótica la situación, pero que aún no lograban pasar de un ejercicio estético, aunque vislumbraban ya una forma de asumir la realidad, o una cierta filosofía de la vida. Este filón humorístico del autor se iría afilando y lo mostraría ya más consolidado cuando intervino en favor del gobierno porfirista. En El Imparcial, periódico oficioso, Tablada escribió su columna "Tiros al blanco" en 1909, la cual consistía en 'atacar y desprestigiar la campaña de Bernardo Reyes a la vicepresidencia de la República, y a favorecer, de ese modo, la del candidato oficial Ramón Corral, en la última reelección de Díaz'. Los artículos de "Tiros al Blanco", como señala el Dr. Ruedas de la Serna, explotan todos los recursos de la prensa oficialista: provocación, suspicacia, intriga; pero además ingenio, humor, cultura. Tablada tiene muy presente su objetivo: desacreditar al enemigo, exhibir su ignorancia o su incompetencia moral o política. Para ello rastrea en la prensa del bando contrario ejemplos de cursilería, de incorrección gramatical, discordancias sintácticas y de pensamiento, vulgaridades, pedantismos, referencias inexactas a autoridades y ramplonerías. Cuando la ocasión no le permite encontrar el lado flaco del enemigo, tergiversa el sentido de alguna frase para conseguir el efecto deseado.

Con la pieza teatral Madero Chantecler Tragicomedia Zoológica política, atribuida a Tablada y catalogada por el Dr. Ruedas como 'libelo aristofanesco' se pretendía desacreditar al Partido Antirreleccionista y a Madero. De este último se ridiculiza su personalidad pública y política
por ser uno de los contrincantes de Díaz en su última etapa. En Madero Chantecler el gabinete maderista pertenece a la especie zoológica, principalmente animales de corral. Madero es el Gallo Chantecler; Vázquez Gómez, la Faisana; José María Pino Suarez, la Pipila. Para desacreditar a los personajes políticos se echa mano de todo tipo de recursos: antecedentes públicos y privados, características personales, actividades, etc. A Madero por pertenecer a una familia que se dedicaba a la industria vinícola, se le atribuye, en la obra, el siguiente parlamento:

Mis paisanos merecen un pesebre
pues acémilos son... yo soy muy ladino
les doy gato por liebre
y palo de campeche en vez de vino...
¡Oh pueblo mexicano majadero
que me traes dócilmente tu dinero.
Mi carcajada tu inocencia arranca;
te doy palo... y te pones una tranca
vendida por Madero!


En la obra teatral se hace referencia constante a los lugares comunes con respecto a la persona y personalidad de don Francisco, a los detalles conocidos de la época, se utilizan frases chocarreras construidas con albures, palabras de doble sentido y comentarios escatológicos que inciden
en el sarcasmo, la mofa y la burla destructiva. Es decir que el propósito ya no es sólo esbozar una sonrisa por la ocurrencia humorística, sino provocar el escarnio. Con estos referentes se advierte que Tablada ha pasado a la sátira, si por tal entendemos al tipo de discurso que Kiley describe como 'la exageración o distorsión de ciertas características individuales para conseguir un efecto cómico, grotesco o ridículo' y cuyos propósitos oscilan entre hacer reir, corregir, castigar o causar daño. Tablada pasó del humor llano en el primer momento al tono condenatorio de la sátira cuando tuvo que asumir un compromiso político en los albores de la Revolución. Ya en el exilio a partir de 1914 Tablada tuvo tiempo y motivos para seguir puliendo su ingenio humorístico. Sus dardos ya no irían contra personajes políticos, quizá el escarnio público al que fueron sometidos los hermanos Madero y Pino Suarez durante la Decena Trágica, tan parecido al escenificado en Madero Chantecler medraron en su espíritu. En Nueva York sus blancos serían personalidades públicas, de la farándula principalmente: actrices cantantes, boxeadores, pochos y gangsters.
Si los medios de comunicación habían creado todo un andamiaje publicitario para hacer aparecer a Lupe Vélez como la gran diva que triunfaba en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, Tablada se encargaría de reirse del mito. Para ello observó todos los aspectos vulnerables de la actriz y creó una imagen cómica en torno a su personalidad. Por la minuciosidad, dedicación y esmero puestos en la representación de Lupe Vélez, se advierte el predominio de la ironía en el
torneado estilístico de Tablada para con aquella figura, pues como indica Linda Hutcheon:

"este ethos articula toda una serie de valores que recorren la gama: de la deferencia a la irrisión [...], de la risita socarrona, a la acrimonia irónica".


Ana Rosa Domenella agrega que para la retórica clásica la ironía es un enunciado cuyo significado es el contrario del que se afirma, es decir que se trata de una antífrasis.
Así observamos a una Lupe Vélez poco instruida, peleonera, malhumorada, celosa, con modales torpes, etc. En 'las metamorfosis de L. Vélez', anota Tablada: 'Si vieran ustedes a la tiple que fue 'nuestra' y hoy es de Weismuller no la conocerían, aún cuando la reconocerían en cuanto rompiera a hablar'. Dice Tablada en "Lupe Vélez en Puerto Infierno": "Puerto infierno" se llama el melodrama que hoy se estrena en la pantalla y donde aparece Lupe Vélez, esa edición de la Musa Callejera, modernizada, empastada en finísima piel y con la misma música por dentro, jaz y canciones del Bajío, blues y jarabes tapatíos [...]. Habla inglés con dejos de Peralvillo, huele a rebozo de bolitas a pesar de Coty, se desplanta y acciona como las amazonas de nuestros
mercados y plazuelas, en tumultuosas emergencias. El despliegue de habilidades humorísticas que desarrolló Tablada durante su larga estancia en Nueva York le fueron muy socorridas a su regreso al país en 1936. Entender su humoricidad en ese período implica observar el panorama cultural, social, y político ante el que se enfrentó el cronista.

Aparte de las innovaciones del país desde décadas anteriores, se registraron a finales de los treinta cambios muy significativos en todos los órdenes: industrial, sindical, del sistema político y del modo de vida de la sociedad mexicana, que parecían incomodarle mucho al autor. Tablada entonces tendría mucho de donde echar mano. Uno de los hechos que hay que destacar es que en los escritos de "México de día y de noche", sus crónicas de Excélsior de 1936-1939, Tablada recurre nuevamente a la sátira política, aunque en esta ocasión fueron muy pocos los artículos donde la ejecutó (unos 5 de los 250 de la serie); no fue dirigida a personajes centrales de la actualidad política de entonces, se refirió a personalidades del exterior (como León Trotsky) y no tuvo la mordacidad, ni la negatividad de años anteriores; porque según se infiere, su sátira de los
años treinta tenía la finalidad de corregir, ridiculizándolos, ciertos vicios del comportamiento humano, de tipo moral y social, principalmente.
Tablada se valió de la ironía, es decir del ethos burlón, gama que va de la risa desdeñosa a la risa escondida', para exhibir las incongruencias, el deterioro moral de la sociedad contemporánea, la depauperización del comportamiento de la mayoría de los mexicanos y sobre todo para arremeter contra el nuevo paisaje arquitectónico de la ciudad de México, al que calificaba de 'raro' y digno representante de un museo del adefecio. Puede decirse de estas crónicas que fue el humorismo y la humoricidad el recurso estilístico más utilizado por el autor, la perspectiva
predominante desde la cual observó el nuevo entorno, sobre todo para referirse a ciertos asuntos escabrosos de la política económica, sindical e industrial del régimen cardenista. Ante su sorpresa o quizá desconfianza por las medidas administrativas adoptadas Tablada esbozó la risa. Le
preocupaban sí muchos de aquellos problemas, por eso se ocupó de ellos, aunque algunos sólo los tocó tangencialmente, como lo fue el conflicto petrolero o el fenómeno agrarista.
Otros asuntos: carestía, inflación, huelgas, concentraciones sindicales le permitirían momentos de sarcasmo y dejos de ironía y los exhibió con tal frecuencia en la serie de crónicas que podría hacerse un compendio a la comicidad político-administrativa, social y cultural de finales de los años treinta.
De acuerdo al recorrido que se ha hecho del contenido humorístico de las crónicas de Tablada es factible deducir que el cronista empleó el humorismo y la humoricidad para dirigirse al medio cultural del período modernista en México, matiz muy acorde al tono festivo de la época;
intensificó sus recursos con la utilización de la sátira cuando tuvo que asumir un compromiso político al final del porfiriato, afinó su habilidad con la ironía como un sustituto de la sátira política, ya muy interiorizada en él, y volvió a hacer uso de ésta a su regreso, pero de una forma ya muy diluida y exporádica. Al no formar parte la sátira de un proyecto más acabado en sus escritos del período cardenista como si lo hiciera antes y al maximizar el empleo de la humoricidad para tratar asuntos trascendentales del país, puede inferirse que a Tablada el humorismo le permitió no tratarlos directamente y así evadir cualquier compromiso
político. El manejo del humor a finales de los años treinta también, le permitió al cronista erigirse en uno de los desmitificadores del proyecto económico y social puesto en marcha a partir de los años cuarenta en México.

Mundo tabladiano


۩ José Juan Tablada, vistazo a su vida…

Por Jennifer Sicarú

Un escritor no sólo literario o poético, sino también crítico y periodista: José Juan de Aguilar Acuña Tablada y Osuna. Mexicano de procedencia, nace en el Distrito Federal el día primero de abril del año 1871. Su infancia y adolescencia rebelde lo colocan en el Colegio Militar, donde desarrolla sus capacidades tanto físicas como intelectuales. Posteriormente, a los 19 años de edad, trabaja en ferrocarriles donde toman forma inicial sus textos prosaicos y poéticos. Comienza a colaborar en El Universal, y gracias a la Revista Moderna, hace un viaje a Japón para publicar sobre arte japonés. Trabajó además como profesor de literatura, comerciante de vinos, autos y terrenos. Fue exiliado del país por apoyar el régimen porfirista. Es en Nueva York donde continúa sus publicaciones y muere el 2 de agosto de 1945.

José Juan Tablada aporta al mundo, en especial al hispanohablante, obras críticas, ensayísticas, dramáticas, poéticas, literarias y periodísticas. Por mencionar algunas de ellas, en poesía desarrolla la forma del haikú para nacionalizarlo de japonés a mexicano. En prosa, sus autobiográficas Memorias, la columna que atacó al régimen anti-releccionista, Tiros al blanco, su novela americana La resurrección de los ídolos y en teatro, para atacar las personalidades maderistas, Madero-Chantecler. Tragicomedia zoológico-política.
Las crónicas tabladianas se desarrollan a finales de los años 30 en México, y es en los años 20 y 40 cuando son elaboradas en Nueva York. Pilar Mandujano, de estudios hispanoamericanos, describe a Tablada como burlón, irónico y mordaz, pero, principalmente, elegante y sutil.

Tablada, en sus muchas crónicas japonesas, periodísticas, artísticas, sociales, mexicanas y personales, nos muestra su fidelidad a la patria mexicana. En la columna En el país del sol de la Revista Moderna, se observa cómo, tanto explícita como implícitamente, nuestro escritor mexicano echa de menos los vestuarios femeninos característicos de México, la comida –sus frijoles y tortillas- estando también de residente en Nueva York.
Por el lado social de los escritos del autor, fue bastante criticado por apoyar a Porfirio Díaz. Tablada prestó su pluma para defender el gobierno en turno, y se valió del humor y la ironía para desacreditar en palabras a los enemigos maderistas y su prensa. Los temas usados por Tablada fueron los de auge en su época: carencia, inflación, huelgas… exhibió las incongruencias sociales, el deterioro moral de la mayoría de los mexicanos y arremetió inclusive contra la nueva arquitectura que era adherida en el porfiriato (influencia e importación de arte extranjero, en especial de Francia). Mandujano asegura que el conjunto de sus crónicas podrían ser un compendio a la comicidad político-administrativa, social y cultural presentada a finales de los 30 en México. Fue así como Tablada empleó el humor para dirigirse al medio cultural del periodo modernista mexicano, evadiendo compromisos políticos al tratar asuntos trascendentales del país.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Reseña de Amanecer en el Zócalo, aparecida en Letras Libres.


AGOSTO DE 2007
Amanecer en el Zócalo, de Elena Poniatowska
por Rafael Lemus
Para despachar el libro, esta imagen debería ser suficiente. Es miércoles 23 de agosto de 2006 y llueve. Llueve en el Zócalo de la ciudad de México, infestado de tiendas de campaña. Bajo una carpa amplia y blanca, Andrés Manuel López Obrador perora. Que Juárez. Que el fraude. Que la Convención Nacional Democrática. Entre los contados compañeros que tienen la suerte de escuchar al líder se encuentra Elena Poniatowska. Pero Elena, ay, no escucha ni participa en la discusión que sigue. “Cae una tromba –cuenta– y no puedo oír nada salvo a ratos a Dante Delgado porque su voz es muy fuerte y está acostumbrado a hablar en público. Supongo que AMLO nota mi cara de angustia porque en un momento dado dice ‘Elenita’, pero no escucho el final de su frase.”
Todo lo que importa del libro está en esa imagen: el Zócalo ocupado, el pretendido carisma del caudillo, la perpetua distracción de la escritora. El resto es casi nada aunque es demasiado: las 395 páginas de Amanecer en el Zócalo. ¿Qué es este libro? En teoría, una crónica íntima del plantón en la ciudad de México. Poniatowska, nos dicen, fue una testigo privilegiada del evento –permaneció con los justos, durmió no lejos del caudillo, participó en esos festivales de dignidad que fueron las “asambleas” del tabasqueño– y ahora comparte con nosotros su diario de aquellos días. ¿Diario? Los apuntes personales ocupan, cuando mucho, una tercera parte de la obra y el resto es pedacería: recortes de periódicos, citas de discursos, largas soflamas del líder. Si la distinción todavía importa, es necesario advertir que esto no es literatura: es un producto editorial, apresuradamente escrito, torpemente armado. Lejos está la cronista de La noche de Tlatelolco e, incluso, la de Nada, nadie / Las voces del temblor. Cerca descansan esos políticos que, atisbando una coyuntura oportuna, perpetran algún libelo. Para ellos, los políticos, parece escrito este libro: aunque extenso, es poco más que un despacho, puede ser leído diagonalmente, no quita demasiado tiempo al señor subsecretario.
Quien se acerque a esta obra en busca de revelaciones escandalosas se llevará un merecido chasco. No hay aquí inesperados apuntes sobre el caudillo ni confidencias relevantes. Quien busque, iluso, reflexiones críticas hallará menos todavía: estampas sentimentales, confesiones menores, teoremas y aforismos donados por la compañera Jesusa Rodríguez. Si atendemos el estilo de Poniatowska, lo que hay es una fiesta: miles de ciudadanos –que son soles que son flores que son pájaros– tendidos hermosamente en la plancha del Zócalo. Eso y, más acá, una farsa doble: la de una intelectual que confiesa no entender nada y la de un presidente legítimo que no es ni una ni otra cosa. Bonito espectáculo: el príncipe y el escritor trenzados en una tumultuosa parodia. Ella, la escritora, no aconseja ni critica ni advierte siquiera –como, digamos, Martín Luis Guzmán ante Villa– el feroz antiintelectualismo del caudillo. Él, el político, no escucha ni pide consejo, menos a la escritora que nada sabe. Decir que entre uno y otro existe un acuerdo ideológico es decir demasiado. Poniatowska lo declara más de una vez: no sabe de izquierdas ni de derechas, sabe que Andrés Manuel la buscó y “seguramente una de las razones para creer en AMLO fue que él personalmente buscara mi apoyo”. Divina simbiosis: la escritora engorda su ego; el caudillo, su cacareada legitimidad.
Es ya demasiado tarde para asestarle a Poniatowska el conocido sermón sobre la independencia intelectual. Ella, además, lo conoce. No hace mucho, cuando Héctor Aguilar Camín rimaba con Carlos Salinas de Gortari, Poniatowska declaró: “Un intelectual debe mantenerse alejado del poder. La cercanía con los poderosos destruye. La ronda en torno del príncipe es siempre degradante y a veces mortal.” En la ronda alrededor de López Obrador, Poniatowska viste mucho pero importa poco. Da pena atestiguar, a lo largo de la obra, cómo cualquiera la desdeña: Jesusa la regaña, sus amistades la amonestan, AMLO no la atiende. En una anécdota lastimosa, Poniatowska se pasea por el Zócalo con una carta en la mano: Cuauhtémoc Cárdenas acaba de escribirle y ella desea compartir con alguien la noticia. Cuando se cruza con López Obrador, éste declara no tener tiempo para minucias y le aconseja ocuparse de cosas más importantes. Elena hace caso: guarda su cartita y se encierra a escribir el discurso con que inaugurará día después la Convencional Nacional Democrática. Allí dirá: “Como borregos no le servimos para nada a Andrés Manuel López Obrador; como seres pensantes, sí […] Hoy es un gran día, es el día de nuestra conciencia, dialoguemos con ella para que en ella se haga la luz.”
Alguna vez Adolfo Castañón celebró que, en La noche de Tlatelolco, Poniatowska hubiera sacrificado la figura del narrador sin renunciar a responsabilidad alguna. En Amanecer en el Zócalo ocurre justo lo contrario: en vez de desvanecerse, Poniatowska se reserva el sitio protagónico; antes que asumir alguna responsabilidad, se disculpa. (“La verdad, nunca sé en qué me meto y sigo sin saber decir que no.”) La diferencia entre un libro y otro es pasmosa. Allá, la autora anda entre los protagonistas y arma un encendido collage del movimiento estudiantil; aquí, el protagonista único no termina de abrirle la ligera puerta de su tienda de campaña. Ante la lejanía del Mesías, todo se llena de serafines: ampliamente citados, Lorenzo Meyer, Sergio Aguayo, Jaime Avilés, Octavio Rodríguez Araujo y compañía componen un previsible corro analítico. (Se citan también, sin discutirlos, algunos textos adversos a López Obrador: “¡Es bien bonita la democracia!”) A la derecha del Padre descansa, inmaculada, Jesusa. Que “dice verdades de a kilo”. Que “les abre la conciencia a muchos”. Que, si la asamblea no se opone, es ya el personaje clásico de la literatura sapiencial mexicana.
No se descubre nada si se dice que Poniatowska es esencialmente ingenua. De hecho, se dice poco si nada más se afirma eso: su comportamiento raya a veces –como ha notado Luis González de Alba– con el cinismo. Ser cándido podría ser, al fin y al cabo, una ventaja: en medio de los políticos profesionales, el ingenuo podría exponer sin cautela cosas que aquéllos no ventilan. Pero Elena no dice nada. No a López Obrador, con quien se encuentra –según su propio testimonio– sólo un puñado de veces, y tampoco a los lectores. Curiosamente, oculta la información más importante. Una y otra vez apunta que las personas en la calle la reconocen, la abrazan, la besan, pero nada revela sobre sus escasas reuniones a puerta cerrada con AMLO y su equipo. Entonces titubea, pierde el oído, se distrae con el despampanante huipil de la Jesu. Más todavía: en un momento confiesa que no sabe en qué se ha metido y al siguiente ya alecciona a la muchedumbre como si lo supiera. Ni siquiera está allí, jugando cínicamente un rol secundario, para atisbar la oscuridad y escribir después algunas páginas válidas. Si Martín Luis Guzmán aprovechó su cercanía con los caudillos para escribir memorables retratos de ellos, Poniatowska gasta sus días en el Zócalo para arribar a esto: “[Andrés Manuel] Es el hombre más besado y abrazado de México. No entiendo cómo todavía le quedan mejillas.” ~

Sobre nada.


Este fue el primer texto reconocido por Elena Poniatowska como propiamente literario. Lleva por nombre Sobre nada, y apareció por primera vez en el volumen XV de la revista The Current Literary Coin, en 1950.



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Parecería que no hay nada qué escribir sobre nada, pero todo un mundo gira al rededor de esta pequeña palabra. Aunque parezca extraño, nada constituye todo aquel planeta llamado tierra y todas las criaturas que lo habitan. En nada el hombre esconde sus profundas emociones, sus amores, sus temores, su valor, su grandeza. Hay profundidad, amplitud y altura en nada, como se puede observar en las naderías de la vida cotidiana que le revela el hombre a la humanidad.




Quizá nada sea la palabra más empleada por los hombres. Es articulada por todos, jóvenes y viejos, ricos y pobres. Muchas veces he contemplado la reacción de niños chiquito scuando son sorprendidos probando mermeladas prohibidas o arrasando con la caja de galletas. Su respueta a la pregunta peligrosa: "¿Qué hiciste?" es invariablemente la misma, "¡Ay, nada!" La causa de aquel nada es la vergüenza del momento, el hecho de haber sido descubiertos al tratar de esconder algo. Mas, ¿por qué tenemos que elegir esa pobre palabra nada? Otro ejemplo que muestra que tan buen escondite es la palabra nada, se halla en la experiencia común de dar y recibir regalos. "¡Esto es para ti!" dice quien le presenta al destinatario un paquete envuelto con gran esmero. "¡Ay, qué maravilla!", responde éste, "¡Qué ganas de saber qué es!" Con esto, quien regala rogará con voz humilde, "¡Oh! ¡No es nada, de veras!" He aquí otro ejemplo de cómo la palabra nada juega un papel fundamental.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Entrevista de Poniatowska con el alumno.



En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Elena Poniatowska charló con el alumno, Agustín Madrigal Cruz, en torno a diversos temas. Esta fue la entrevista publicada en la edición en línea de Semanario CRÍTICA (http://www.semanariocritica.com/).

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Elena Poniatowska: “A mí no me gustan los políticos”.

Elena Poniatowska, sin duda alguna la escritora mexicana viva más reconocida del siglo XX, asegura que no le simpatizan los políticos, aunque su último libro incluye como personaje a uno que, dice “es para burlarse de los políticos. A mí no me gustan los políticos. No. Me caen gordos”.

Ligada al Proyecto Alternativo de Nación que lidera Andrés Manuel López Obrador (incluso luce durante la entrevista sobre la solapa de su saco el escudo nacional propuesto por el autoproclamado “presidente legítimo”), Elena ha protagonizado también “puestas en escena” del perredista-petista, incluso cuando, asegura, los políticos la tienen, como al resto del país, bastante desilusionada.

“Yo no tengo expectativas. Nunca. No conozco el significado de esa palabra”.

De eso, el dilema de Iztapalapa y Juanito, así como su visión de cómo las instituciones mexicanas actuales poseen poca credibilidad, Poniatowska charló en exclusiva con Semanario CRÍTICA. De lo sucedido en 2006, cuando López Obrador perdió la presidencia y denunció fraude electoral de manera prolongada, dice, podría volverlo a repetir.

- En su último libro aparece un político, vestido de hojalata, ¿son todos los políticos de hojalata?
En aquella época los trajes eran muy brillosos, hubo una época, y siempre decían “¿en qué hojalatería te cortaron el traje?” de tan brillosos. Creo que fue por eso que lo puse. No me acuerdo si fue en la época después de Ruiz Cortines y es para burlarse de los políticos. A mí no me gustan. No. Me caen gordos. Ninguno. No han cambiado, son peor.

¿No tienen salvación? ¿Nunca vamos a tener políticos buenos?
En la medida en que resistamos y nosotros lo solicitemos y los denunciemos, en ese momento sí tendremos políticos buenos.

¿Qué opina de Juanito?
Opino que es una desgracia. Es uno que ya perdió la razón, que no sabe dónde está parado, no tiene la menor capacidad de autocrítica, que además de deshonesto es ladrón. Nada más se piensa en lo que hubiera sido Iztapalapa con Juanito a la cabeza, aunque los que gobernaron antes no fueron peores.

¿Juanito es producto de algo?
Sí, claro, él dice que es producto de lo popular, pero de lo peor de lo popular.

¿Pondría en Andrés Manuel López Obrador una responsabilidad en la creación de esta desgracia?
Él lo agarró así, lo levantó la mano, y le dijo que él iba en vez de Clara Brugada, pero yo creo que Juanito perdió su sentido de la realidad.

Su obra ha sido una mirada curiosa a la realidad mexicana. ¿Cambia esa realidad o cambia usted?
Es una buena pregunta. Yo creo que uno cambia porque los años pasan y todo, pero también el país yo siento que cambia para peor. Somos muy inferiores a nuestro pasado, en vez de estar mejor. En vez de ser mejores somos peores. Yo me acuerdo que a mí me tocó de presidente, cuando yo llegué, creo que era la “colita” de Miguel Alemán, luego estuvo Manuel Ávila Camacho, después estuvo uno que jugaba dominó todo el día y que jugaba dominó debajo de los portales, y que era medio despistado porque iniciaba sus discursos y decía “mexicones”, estaba todo así, pero no creo que haya sido un hombre deshonesto, no hay pruebas de ello. Ya se fueron corrompiendo casi todos, perdiendo la idea del país que tenían entre las manos, que era un país maravilloso y echándolo todo a perder, haciendo todo de tal manera que nosotros nos diéramos cuenta que tener un puesto en el gobierno es una fuente de enriquecimiento seguro. Yo no sé si lo que usted hace de filmar es una fuente de enriquecimiento seguro, pero sí creo que la política es eso.

Usted ha sido testigo de varios proceso de transición, ¿cree en ella?
Pero no hay transición, hay una continuidad bárbara. Y hablo continuidad bárbara porque falló Fox. Fue mucho peor presidente que un presidente del PRI, y entonces nosotros teníamos la esperanza, muchos, puestos en un cambio que nunca se dio.

¿Piensa en el retiro Elena Poniatowska?
¿En el retiro de quién?

¿De su actividad como escritora y periodista?
No, pienso en el retiro de los políticos.

¿El suyo no lo contempla?
(Muy seria) No.

Tras tantas crónicas, vivencias, entrevistados, ¿cree que aún es posible creer en nuestras instituciones?
Es lo mismo que usted me pregunta. Un gobierno que las instituciones están completamente sometidas al poder del político en turno. Es él el que decide. El presidencialismo en nuestro país ha hecho un daño infinito, y sigue haciéndolo y aunque ahora esté resquebrajado porque a Calderón le pegan de todas partes, izquierda, derecha, le pegan los empresarios, todo el mundo lo critica, de todos modos el presidencialismo y el endiosamiento del personaje en turno, del presidente en turno, hace mucho daño.

Después de 2006 y el demandado fallo en la institución electoral, ¿volvería a participar entonces en un proceso democrático como lo hizo con López Obrador?
Sí, claro. Fue una experiencia buena porque fue conocer más de cerca a los mexicanos más pobres y ver que tienen mucho sentido del humor, mucha inteligencia, mucha entereza, son muy creativos para encontrar soluciones, aguantan mucho la lluvia, los insultos. Descubrir su ingenio, su manera de salir de las peores situaciones, para mí fue una gran lección.

¿Tiene usted alguna expectativa con sus libros y escritos?
No. Yo nunca tengo expectativas. No sé lo que son.

No doy la talla; Manos de Topo (inspiración a Las vocales malditas)

http://www.youtube.com/watch?v=-8qpTOFzl-U

CaNtAtA A SaTaNÁs


Abraham amaba a Sara cada mañana clara: pasaba la manaza, arañaba la lana, arrancaba la bata, la abrazaba; clavaba las garras hasta matarla. Sara atarantada, callaba harta. Abraham la cansaba. "Ya nada habrá," (mascaba.) Tras la sábana, ama a la mala; ataca, aplasta, brama. Abraham acababa, apartaba la cara, jamás apagaba la flama a Sara, gran dama avasallada; daba palmadas a la santa, la llamaba "alma"; mas jamás la agradaba. Fracasaba la casa blanca, la sagrada paz. Sara maltrataba a Abraham: "¿Habrá raza más mala para la cama?", ladraba. Abraham agarraba la garganta a la casta casada, la arrastraba a la sala. Sara sacaba las palabras más bravas, las dagas pasmaban la faz al papanatas. La batalla avanzaba hasta alarmar a Satanás: "!Sarna! !Alacrán fatal!" ...bramaba Abraham. "!Can! !Patán anal!" balaba Sara. Mas avanzada la mañana, para hallar más armas, arrasaban la casa, a la par lanzaban lámparas, tazas, navajas hasta sangrar. Para acabar la tanda, las almas atacaban. Las bravatas, tragaban carcajadas amargas, ataban máscaras aplacadas a la cara.

"¡Andá haragán, a trabajar para ganar la plata!", cantaba avara Sara, amarrada a la más vana maldad: mandar para calmar la falta, agachar al canalla, calar más. Abraham, fantasmal facha, agarra la pala, zafa la aldaba, baja a la calzada, pasa la barranca hasta hallar la cabaña. Allá pagaban tan mal.Mas Abraham cargaba las trancas más anchas, alzaba las bardas más altas, amasaba argamasa, clavaba tablas, trazaba largas zanjas. Trabajaba hasta abaratar la paga. Magna tranza. Tan gran afán para nada, la grasa baña las barbas a Abraham; mas la talla, nada más agranda la panza al capataz.

Sara ajada, más flaca cada mañana, lavaba la casa: arrancaba a las sábanas manchas, canas, caspa; al alzar la sala hallaba cáscaras, naranjas, tazas rajadas, latas achatadas. Asaba papas, adaptaba las aspas para machacar calabazas, aplanaba la masa, la salaba. Al planchar las maltratadas faldas aplastaba arañas, raspaba las manchadas bragas; mataba ratas para acabar la plaga. "Abraham --habla Sara--- jamás arma las trampas. Las ratas a manadas traspasan la alambrada, a tarascadas atacan las patas a la cama, tragan la pasta... ¡Ah, malvada parca! Basta ya, basta ya. Nada salvará a Sara. Nada. Nada." Jamás manaban al trabajar gratas palabras. Cansada, harta, la gran dama nada amaba. Masacrar a las ratas. Matar a Abraham tramaba. Más apagada, blanda, lanzada al drama, nada hallaba para marchar a la paz, acabar la maraña, traspasar tanta trastada, dar mañas al plan.

Sara bajaba a la plaza, andaba al altar, llamaba para aval a Satanás, trazaba rara cábala. Las campanas acallaban las palabras; mas daban alas para pactar. Sara bramaba: "¿Valdrán las afamadas almas tanta mala pasada?" Satán tardaba para cazar más barata a Sara, para lanzarla al mar. La amargada dama avanzaba más gradas; para jalar la balanza alzaba las palmas, aclaraba la ganga: "Vas a ganar -clamaba-, vas a ganar."
A tanta llamada, Satanás da la cara; alarga la gran carta.Sara la agarra; la halla banal, payasa, larga; mas labra la palabra "Sara" para agradar a Satanás. La Gran Cabra atrapa la carta, la lacra; saca la caja, alza la tapa, saltan salamandras, da a Sara la bala para sanar: "Marcha a la carpa -manda-, allá hallaras blanda paja, gran galán para la carnal falta." Sara arranca a la plaza, va a la casa a amarrar la faja para bajar la panza; va a lavar las lagañas, la mala facha para amar al galán. Saca alpaca, aparta sayal, agarra canasta. "A la carga," canta. Va a la carpa, al pasar arrabal halla a la banda Atla´s Hampa. La Llaman: "¡Acá, chaparra!" "¡Ancla las patas, pásalas!" "¿Vas al jacal, chata?" Sara, la cara grana, avanza a zancadas, va mas atrabancada. Atrás la banda la aclama.

Sara halla a Baltasar. Charlan: "Ah... ¿Satanás manda?" "Ajá". Pasan a la cámara, atrancan la chapa, tragan pasas, alzan la garrafa, danzan. Baltazar saca a Sara la capa, la falda, las mallas. Apagan la lámpara, aplastan la manta, acatan la carta: gran cascada, gran catarata. Alta parvada, sacras arpas. "!Baltasar!" "!Sara!" (Caravana malva, gas nácar.) "!Bárbara Sara!" "!Cabal Baltasar!" Baltasar halaga a Sara, da alhajas, ámbar, ágatas; la abraza, la llama "hada"; saca la palangana, la baña. Baltasar la ama.

Abraham trabajaba. Al acabar la zanja va al bar. Jala la banca, agarra la jarra, parla nasal al capataz: "!Vaya acanalada!, hasta la pala gasta." "Bah, tamaña pala para arar... Pasa la cana" "Allá va." "Ah..."Abraham baja la cara a la manga. Pasa a la chava." Abraham agarra la chanza: "Ah... ¿la arrastrada? Nada más ladra... Mañana, zás." "Pásala." "¿A la amarga Sara? Ya vas..." "¿Vas a casa?" "Jamás." Abraham mas capataz arman la parranda, claman: "Más jarras, más."

Acabada la hazaña, Sara apalabra a Baltasar. Van a la casa blanca. Hallan acampanada a la banda Atla´s Hampa tras la barranca; Sara va amparada: la banda calla. Baltasar carga la canasta a Sara. Alcanzan la calzada, pasan la casa. Hallan a Abraham hasta atrás, mala cara, faz atada. "Ah, malvada --brama--, chacal para bacanal." Abraham alza la pala. Sara salta para atrás. Baltasar avanza: "!Calma ganan!" Abraham saca larga daga. Satanás atrasa a Baltasar, da armas. Salta la bala. Mata a Abraham. Las babas atascan las palabras. Abraham va al mas allá. Sara calma a Baltasar. Cavan gran zanja a la sala para lanzar al carcamal. Sara alaba la talla a Baltasar. Van a la cama, jalan la manta. La mañana aclara las gargantas, cantan, danzan. Baltasar abraza a Sara: "Amada hada," la llama.

Las vocales malditas.

eL pArAgUaS dE wItTgEsTeIn



1. Como la gente se conoce o no se conoce nunca, pero total a veces se enamora, suponte que la lluvia te reúne con una mujer debajo de un paraguas. Tú le dices: ¿Me permite? y ella, indecisa y sorprendida, sopesando los pros y los contras te contesta que no, que el paraguas es suyo y que te vayas. Suponte que obedeces y te alejas brincando los charcos y que al cabo de una calle, dos calles, tres calles encuentras un techito para guarecerte y que ahí, precisamente ahí, se oculta el asesino que estaba escrito habría de matarte y que te sale al paso con aquello de la bolsa o la vida, y tú respondes que la vida, porque estás empapado y sientes frío y ganas de morirte o de pedir una taza de café muy caliente, pero como en ese zaguán no hay servicio de cafetería, pues te atraviesa con tremendo cuchillo y desde el suelo miras a tu asesino perderse con tu reloj y tu cartera detrás de la cortina de lluvia de la que sale la muchacha que no te quiso asilar bajo su paraguas, y cuando ella pasa: tú mueres.

1.1 Suponte que el cielo existe y que se te ocurrió morir a las seis de la tarde o, mejor, que tu asesino te haya matado a esa hora o, si lo prefieres, que el tiempo que todo lo coordina haya sincronizado con gran precisión los relojes para que murieras en tu país a las seis de la tarde sin que tú ni tu asesino anduvieran preocupados por la puntualidad. Si el cielo existe, a las seis y cuarto llegarías a sus puertas remolcado por la columna de humo de alguna chimenea próxima al sitio donde habría quedado tu cuerpo. Las puertas están abiertas de par en par, entras, caminas, buscas por uno y otro lado, pero no hay nada, no encuentras a nadie: El cielo es un hangar infinito, piensas y te pasa por la conciencia la imagen de la mujer que en mitad de la lluvia te negó la sombra seca de su paraguas.

1.1.1 Suponte que además de cielo, haya Dios: tu ascenso y llegada son los mismos, sólo que ahora encuentras un mostrador y, detrás del mostrador, un mayordomo de levita verde que te hace señas con su linterna de bencina para que te acerques. Das unos pasos y en el acto descubres en el verde chillón de la levita que el cielo no es lugar para ti, que a ti te corresponden otros pasatiempos: descifrar de por muerte las razones por las que esa mujer se negó a compartir contigo su paraguas, y otros asuntos por el estilo.

1.1.1.1 Suponte que haya Dios y que te está esperando, que cruzas la eternidad y el infinito que no son otra cosa que una fila interminable de salitas de espera, salas y antesalas de espera, y que al final, o lo que tú consideras el final, encuentras unos muebles como de cafetería, con sillones confortables de plástico azul, imitación cuero, y que tomas asiento convencido de que si Dios te aguarda: tú debes reunirte ahí con Él. Palpas el forro azul del sillón y tus antiguos hábitos te hacen desear una leche malteada; pero Dios, aunque te esté esperando, no llega y en su lugar, asociado por la malteada y el deseo, lo que viene a ti es el recuerdo de la mujer que en la lluvia te dijo: No.

1.1.1.2 Suponte que Dios llegue: el recorrido previo podría ser idéntico a excepción, claro está, del color de la levita del mayordomo, porque si Dios llega la levita tendrá que ser color obispo. Tú estás sentado en el sillón azul de plástico deseando una malteada y en ese momento llega Dios disfrazado de camarero y sobre una charola trae precisamente esa malteada que tú deseas; viene con corbata de moño y un higiénico bonete en la cabeza. Tú te levantas respetuoso y lo invitas a sentarse, Dios accede y le convidas un sorbo de tu leche, pero Él declina y te explica que acaba de comer, que te lo agradece pero que no tiene apetito. Tú retrocedes apenado: comprendes que fue impropia la manera confianzuda con la que le ofreciste el sorbo y, temeroso de haber cometido una imprudencia, preguntas si se puede fumar. Te responde que sí y hasta te acepta un cigarro. Tu mano tiembla por estar encendiendo fósforos humanos en la cara de Dios. Sin embargo, Dios aspira y comenta: Son buenos sus cigarros, ¿tabaco rubio? No, contestas sin darte cuenta de que corriges nada menos que a Dios, son de tabaco oscuro. Está menos procesado, ¿verdad?, dice Él, y tú contestas que sí, que se trata de cigarros baratos. Pues están magníficos, asegura Él. Tú aspiras el humo y piensas que no son tan buenos, pero no te atreves a decirlo. Dios mira a su derredor y hace un comentario a propósito del plástico azul de los asientos, algo acerca de que parece cuero. Tú le das la razón, Dios termina su cigarro y dice: Bueno, pues Yo, usted sabe, tengo que irme, ha sido un placer. Tú no atinas a decir nada y, cuando Dios se aleja por entre los sillones que parecen forrados de cuero azul, recuerdas el modo como tu asesino se alejó por la calle mientras llovía y la cara de la mujer que no quiso aceptarte bajo su paraguas.

1.2 Suponte también que no haya nada, que tú te mueres a las seis de la tarde porque la lluvia te obliga a buscar dónde protegerte y el techo hospitalario que te pareció inofensivo ocultaba al criminal que habría de matarte a resultas de que hubo una mujer que no quiso compartir su paraguas contigo. La chimenea soltaría al aire su bocanada sucia, la lluvia atravesaría el humo y lo bajaría al piso vuelto hollín, polvo finísimo mojado que el agua arrastraría junto con tu último suspiro hacia la alcantarilla. Al día siguiente tu cuerpo lavado por la lluvia sería encontrado: Un muerto, gritarían; pero tú no oirías nada, ni siquiera el sonido de la lluvia, ni los pasos de tu asesino, ni el no de la mujer que te excluyó de su paraguas; no oirías ni verías ni sabrías nada: nada de leches malteadas, ni de pláticas con Dios, ni mayordomos de levita, ni sillones que parecen de cuero. No habría nada.

2. Ahora suponte que abajo del paraguas ella te contesta: Sí, claro, acompáñame. Y tú, indeciso y sorprendido por haber repasado algunas consecuencias de su negativa anterior, comienzas a contarle que el "no" que te dijo en otro cuento te lanzó a las manos de un asesino y a unas pláticas con Dios y a una serie de hipótesis que ella festeja riendo, justo cuando pasan frente a la puerta donde está el asesino que espera que tú llegues chorreando para matarte; pasan de largo y, como la tarde está de perros y apenas son las seis, ella propone entrar en la cafetería que queda en la calle siguiente, la cual, por supuesto, tiene los sillones azules. Entran, se sacuden la lluvia que les perla la ropa, y ella pide una leche malteada y tú, un café.


Dios sí juega a los dados

MaNuAl d lUjUrIa


Conocía la ciudad de México como la palma de su mano: por donde se encontrara sabía llegar al sitio perfecto para hacer el amor. No importaba que fuera de día o de noche, tuviera o no dinero, o fuera necesario para el buen resultado de sus planes tumbarse a la intemperie o meterse al discreto refugio de un cuarto. No había una sola banca de parque, ni un prado seco y cubierto por arbustos, ni un lote baldío, ni un hotel de paso, ni un cementerio silencioso de callecitas solitarias, ni una iglesia abandonada liego del rosario, ni un zaguán de portales entornados, ni un baño de cine a media película, ni un estacionamiento de varios sótanos sin vigilancia, ni un palco privado durante un concierto, ni siquiera un callejón oscuro de coyoacano o de Tlalpan que escapara a su fabuloso inventario de lugares apropiados para el amor.

Manejaba como nadie los horarios en que la policía acaba su ronda en los parques públicos y los niños se largan a otra parte con su pelota y su bullicio. Se mantenía al corriente en los precios de los moteles y en los panteones era capaz de llegar con los ojos cerrados a las mejores criptas y a las lápidas más lisas: odiaba aquellas con epitafios esculpidos y procuraba eludir los que ostentan el nombre del difunto en relieve, pues, al acostarse en ellas, las letras se le marcaban en la espalda provocándole remordimientos y pesadillas que solían durarles semanas.
También era un conocedor del carácter femenino, un experto que adivinaba de golpe lo que debía decir y lo que debía callar sin excederse una palabra ni quedarse corto en una caricia; siempre elegía a las mil maravillas su conducta para combinarla con el temperamento, expectativas, gustos, cultura y clase social de la mujer en turno; era hábil, maleable y mimético: si se trataba de una muchacha tímida, inexperta, de ojos azules y mirada lánguida, la invitaba a visitar un cementerio: en el norte, Jardines del Recuerdo, en el sur, el Panteón Jardín, y una vez ahí: la recargaba contra un sauce añoso y valiéndose de su memoria portentosa le declamaba poemas enteros acerca de la muerte y, cuando ya la tenía triste, tan triste que ella empezaba a secarse las lágrimas con el filo del vestido, le escurría por el cuello y los hombros un listón húmedo de octosílabos que la hacían estremecerse: Los muertos abandonados: /jamás habrán de revivir./ Esqueletos putrefactos: / amor de ratas y cráneos. / Mientras nosotros, en cambio, / sólo un instante fugaz / estamos sobre las tumbas… /Goza este mágico sol, / porque parten siempre / tus minutos enfermizos. En ese momento, suspendía el fraseo y con las manos le escribía círculos de radio cada vez mayor en la espalda. Ella suspiraba emblandecida por el abrazo y él atacaba con el <> de Neruda. El efecto era fulminante: de la melancolía romántica pasaban a la rebeldía romántica, del “nada vale” al “mancillemos todo” y del trágico “nada tiene sentido”, al desenfadado “qué más da”. El movimiento circular de sus manos, sobando y sobando la espalda subía el vestido hecho un remolino de tela y con dedos maestros le perforaba la pantimedia, le apartaba la pantaleta y, al llegar al verso “Es muy corto el amor y es muy largo el olvido”, la penetraba.

A unos pasos de ahí, detrás del sauce, detrás de una cripta de arquitectura gótica con sus torres de aguja y sus gárgolas de estilo Notre-Dame, ante una fosa abierta, un centenar de personas se congregaba en torno de un orador fúnebre y, sin que nadie supiera cómo ni de dónde, llegaban a mezclarse con los rezos los lloros y los pésames unos suspiros y unos jadeos que a todos los de cara circunspecta o rostro cínico les hacían recordar la fuerza pujante de la vida. La muchacha de los ojos azules, sacudida ya de su languidez, respondía a las certeras embestidas con un balanceo rítmico de caderas y un resorteo de pelvis que el pusieron los ojos azules en blanco en el mismo instante en que el ataúd tocó fondo y él se vació en ella y comenzaron las primeras paletadas de tierra.

Era un verdadero psicólogo práctico con especialización en mujeres casadas: No hay casada que no esté cansada y cargada de odio, me decía, la vida conyugal genera una necesidad de venganza mayor que la necesidad sexual y, por eso, más que la seducción, lo que funciona con las casadas es la traición. No debes mostrarte como amante, sino como cómplice, como un mero instrumento de revancha. Con las casadas era paciente, amable, reservado; escuchaba con aprobación, sin interrumpir, sólo alternando con gestaos de aquiescencia o con breves comentarios alentadores. Después, bastaba un mínimo de inactiva: un apretón de manos, un beso suave sin emoción para desencadenar una avalancha de encuentros extenuantes. Para tener éxito con esta clase de mujeres, sólo hace falta, me decía, una disponibilidad total: poder acudir a las 10 de la mañana o a las 6 de la tarde, generalmente en horas hábiles, y estar dispuesto a prometer lo que sea: escapar, matar al marido, suicidarse por ellas, asaltar un supermercado. Nunca importa qué, pues esas promesas jamás pasan a mayores ni hay que poner a prueba la ferocidad y el aplomo de los desplantes.

Le gustaban las mujeres casadas jóvenes, ricas y rubias, con habitaciones forradas de espejos donde ellas pudiesen ver multiplicada desde distintos ángulos su venganza y el entregarse al autovoyeurismo. La imagen de su cuerpo prensado por unas piernas que se cerraran como pulsera de plata a su espalda lo enloquecía, la constante tensión de ser sorprendido, de estar usurpando el papel, el espacio y los derechos de otro lo conducían al clímax. Nunca había tenido que salir huyendo sin zapatos, ni se había escondido en un ropero, ni se había descolgado por una ventana; pero en cierta ocasión ávido de emociones fuertes, pidió a su amante que lo invitara a la hora que el marido estuviera en casa, apareció puntual y, tras ser presentado como un amigo de la infancia y aguantar unos comentarios ásperos del marido, dirigió la conversación por los desfiladeros del psicoanálisis con tanta vehemencia que obligó a su rival a declararse escéptico, ateo de Freud y antidogmático. Entonces lo retó: ¿a que lo puedo hipnotizar?, le dijo, usted cerrará los ojos y oiga lo que oiga no los abrirá hasta que yo se lo pida. El marido estuvo de acuerdo y fijaron una cantidad como apuesta. El marido bajó los párpados como le ordenaba. Está usted cansado, muy cansado, comenzó a decir mientras desvestía a las esposa, quien, aterrada por lo peligroso de la escena, opuso una mediana resistencia que volcó las copas en la alfombra. El marido se quedó efectivamente dormido, aunque más por el cansancio que traía que por los dotes de aquel falso hipnotizador que le sedujo a la mujer en las barbas, la poseyó al ritmo de sus ronquidos y, al final todavía, le cobró la apuesta argumentando que había sido un pacto entre caballeros.

Era inigualable en cuestiones de amor; dominaba todas las técnicas amatorias de la tradición erótica del mundo: druidas, tantristas, y vatsyayanistas no tenía nada que enseñarle; sabía de posturas exóticas, del modo como cada centímetro de piel o de mucosa puede volverse erógeno; prolongaba a voluntad su eyaculación, pronunciaba las frases ásperas o vulgares para incendiar la fantasía; empleaba a discreción estímulos visuales, gustativos y olfativos; era capaz de arriar un golpe o los que hicieran falta sin dejar marcas o, al menos, no de esas marcas torpes y amoratadas que luego acarrean los difíciles interrogatorios de los maridos: dejaba huellas, si, pero eran huellas mnésicas, tatuajes indelebles en la memoria que condenaban a sus mujeres a al añoranza; poseía una condición física que le permitía, con intervalos de 10 minutos comenzar el torneo por la mañana y acabarlo por la noche o hasta el día siguiente o hasta la noche siguiente, y después de un baño, un par de horas de sueño y una comida frugal, ya estaba listo para una nueva compañera o para la misma, pues no era de esos don Juanes necios que más parecen coleccionistas de novedades que auténticos coleccionistas de placer.

En muchas ocasiones demostró sus variados recursos y su potencia ilimitada: llevaba una semana de excesos con una pelirroja, cuyos padres se hallaban de paseo en Europa, cuando hizo el genial descubrimiento que años más tardes me entregaría como herencia. Ya habían probado de todo: oralismo, sodomía, sadismo, fetichismo, onanismo recíproco, encima, debajo, de pie, de frente, de espaldas, como tijeras encontradas, sobre los brazos del sillón, con la ropa de los padre viajeros, platicando con ellos por larga distancia, ella con medio cuerpo asomado por la ventana saludando a los vecinos y él detrás oculto por la cortina, el de cabeza recargado contra la pared y ella al derecho apoyada en él. Cuando la imaginación empezaba a flaquearles y el cuerpo a mostrar los síntomas inequívocos del agotamiento: esa amistad tierna de los matrimonios, él tuvo aquella idea maravillosa que les permitió proseguir solos otra semana, antes de verse obligados a recurrir al auxilio de unos amigos para, estimulados por la promiscuidad, completar con éxito el mes que estarían ausentes los padres de la pelirroja. La idea fue sencilla y, más que idea, fue el descubrimiento botánico de ciertos cardos silvestres que crecían indiferentes en un rincón del jardín: aquellas plantas, frotadas contra la piel, provocando un prurito y una irritación que escocía, pero, además, un ardor reanimante que mantenía erecto su pene y viva la vagina de la pelirroja.

No era, pues, un don Juan coleccionista, aunque en su catálogo figuraran 237 registros cuando a los 50 años perdió la cuenta e incinero la caja de cedro, donde tenía ricitos púbicos suficientes como para rellenar una almohada. Sólo iba detrás de otra mujer, cuando la que tenía necesitaba descanso o se volvía incapaz de emocionarse. En esas situaciones manifestaba su mejor talento, ya que lejos de insistir, lejos de afanarse a la reconquista, tomaba el camino fácil de la conquista, se iba en pos de una nueva amante, y si alguna se le resistía: lo que le ocurrió muchas veces, adoptaba una actitud filosófica digna de elogio: Si una no quiere, es preciso olvidarla y esperar; si jamás se entrega: el olvido remedia el deseo; si sólo se demora, la espera la habrá vuelto un vino exquisito añejado por la tardanza. En este aforismo dialéctico sintetizaba su más decantada sabiduría, porque no era olvidarla y ya, ni esperarla y ya, pues en el amor nada sucede para siempre, sino olvidarla y esperarla simultáneamente. Dos errores puedes cometer, me decía: acosar sin descanso y retirarte por completo, ya que a quien primero doblega el asedio es a quien lo hace y quien se aparta en definitiva es como el que se pasa la vida abriendo cuentas de ahorro y jamás regresa al banco por los intereses.

Al llegar a la vejez frecuentaba muchos moteles, pero su favorito, pese al lamentable estado de las camas, era Las Pirámide. Lo consideraba un tugurio, un lupanar de mala muerte; pero a fuerza de asociar sus cuartos con el placer, le había terminado por cobrar cariño. Aquellas habitaciones no tenían servibar, ni luz roja ni negra, y rara vez había agua o jabón en el baño o funcionaba la música ambiental; pero esas sobrecamas rojas satinadas de esperma y el sonido de la chicharra avisando la llegada de otra pareja y los cajones falsos, simulados, del tocador, y las quemaduras de cigarro jaspeando al alfombra y los colchones vencidos aflojados por las trepidaciones del amor, y aquellos alaridos orgásmicos que traspasaban las paredes mal pintadas, mal vestidas con unas cortinas que se caían a pedazos sobre unas ventanas donde los años habían compendiado su pátina y su mugre, todo eso que habría ahuyentado a cualquiera, era precisamente, lo que lo hacía volver; pues en ese congal nada lo atraía y podía clavarse en lo suyo sin distraerse: allí nada era placentero, salvo el placer.

Quizá por eso, viejo y decrépito, presintiendo su muerte, fue a Las Pirámides: pasó el codo de la entrada, no tuvo la precaución de pedir al encargado el par de tehuacanes con los que suplía la eventual falta de agua corriente, entró a la habitación con una mujer de pechos bastos, cintura pequeña y unos ojos oscuros capaces de guardar un secreto; dejó el saco en una silla y avanzó hacia ella: le soltó el pelo, le rozó los labios con el dedo cordial, le bajó la cremallera de la falda, le quitó las medias, le puso las manos en las caderas, le acarició las ingles siguiendo la orilla de la pantaleta, tiró del nailon hacia arriba para que se le hundiera: a derecha e izquierda para separarle los labios vaginales; le desabotonó la blusa, le desprendió el brasier: unos senos anchos, bruscos, cayeron con los pezones inflamados; la recostó, se quitó la ropa, la vio tendida con el sexo enmascarado por el bozal de nailon, le besó la cintura, los codos, las piernas; la pantaleta bajó enrollándose hasta los pies, hasta convertirse en un 8 húmedo del centro que cayó en el piso; la recorrió por todas partes con la lengua, se detuvo en su sexo, saldo, amargo, viscoso, blando, despeinado, profundo y prometido: ella gimió, se estremeció, trato de desprenderse, le puso las manos en la nuca, se enderezó en un grito.

Se trataba de un grito sin misterios, de una ceremonia efectuada el día anterior, y el anterior y todos los días de su vida desde los 12 años; pero cuando la penetró, supo que su corazón iba a rajarse, que esa vez sería la última vez, y que de ahí no iba a rodar a fumarse su acostumbrado cigarrillo, sino que iba a rodar muerto como el macho de la tortuga o como el macho de la cigarra o como el macho que había sido siempre. Sintió temor, pero empujó hasta el fondo. La mujer comenzó a jadear, se quedó quieta, se contrajo de todas partes y con el orgasmo se le escaparon unos monosílabos de amor. El sintió un dolor que le cuarteaba el pecho y ni aún así cedió; aumentó la violencia de sus embestidas. Ella volvió a encenderse y a gemir y, cuando la música de esos gemidos anunciaba el clímax, le estalló el corazón. Estaba muerto, clínicamente muerto, pero se aguantó y solo después de eyacular, cayó encima de ella con toda su sabiduría y sus artes; muerto en plenas funciones y en el ejercicio de aquella actividad a la que había consagrado su vida. Nunca he vuelto a conocer a nadie que lo iguale: estoy orgulloso: con esta historia creo honrar la memoria de mi padre.

Dios sí juega a los dados