martes, 15 de diciembre de 2009

Comentario al espejismo de su poesía


Paola Suárez Galicia
(Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, UNAM)


José Juan Tablada fue, desde su niñez, un inquieto observador del Otro, un hombre ávido de la novedad y del exotismo, que consideraba rejuvenecedores.

En su primera época escribió poemas de temas variados, donde transitan lo mismo cortesanas chinas, que siervas árabes (Soneto morisco) y seductoras francesas de la talla de Manón y Casandra (“Soneto Watteau”, “Abanico Luis XV”, “Comedieta”); las geishas serán la pasión que, a la postre, harán del propio artista un estereotipo: el del cultivador de imágenes extranjeras, el japonista, etiqueta que lejos de rehusar, ostentaba como una presea, pues sus conocidos lo recuerdan en su casa de Coyoacán vestido de kimono, con abanico y sirviendo el té a sus invitados.


Pero más allá del Tablada japonista, a quien sus contemporáneos le llegaron a conceder “opulencia oriental” (Núñez,1951, p. 12), yo veo al soñador, al hombre que posó la mirada en otros por no ver a los suyos sufrir en aquel México que, no sé por qué mecanismo del imaginario, me parece mucho mejor que el de hoy, tanto que su pintoresco barullo, revelado en un lejano espejismo, me incita al ensueño.

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