jueves, 10 de diciembre de 2009

MeTaFÍsIcA Del dOlOr


Entre las muchas cosas que me impiden conformarme con este universo está la existencia del dolor: nunca he logrado comprender cuál sea su sentido, para qué lo experimentan los animales y para qué, los hombres. Que el dolor exista es incompatible con la idea de un dios creador colmado de bondad y, también, con la creencia atea de que el mundo está ahí sin ningún propósito. El dolor tiene una razón de ser tan evidente: existe para que suframos, que su presencia delata un plan malévolo, un propósito ruin. Este plan no puede adjudicarse a Dios -sin convertirlo en un ser perverso- ni a la Naturaleza, porque en una versión estrictamente laica la Naturaleza carece de propósitos.
Metafísicamente, pues, me resulta incomprensible la razón de ser del dolor, y menos la entiendo cuando paso la vista por el mundo y descubro su obscena omnipresencia, porque no sufren unos y otros no, sino que todos sufren en algún momento y, a veces, casi en todo momento.

¿Por qué hay tanto dolor? es, todavía, aun pregunta más difícil de contestar, pues se formula cuando uno constata que en el manifiesto del mundo no sólo se exhibe un plan maligno, sino un proyecto de saña encarnizada, de crueldad obtusa. Y da igual comprobarlo frente a un perro que escapa ensangrentado de las ruedas de un auto, que en la tristeza impotente de un niño que ha perdido a su madre. ¿Por qué el dolor? ¿Para qué el dolor? sería tan fácil que la naturaleza nos hubiese dotado con un dispositivo que nos desconectara automáticamente en cuanto la intensidad de la sensación negativa llegara hasta cierto punto. Si el perro atropellado ya está condenado a morir ¿para qué ese tormento? Si la ausencia de la madre es irreparable ¿para qué cuenta el niño con esa lastimosa capacidad de sufrir?

Se ha dicho que el dolor humaniza y es verdad: quienes han sufrido son generalmente más comprensivos; el dolor enseña la compasión, la tolerancia y el perdón. Pero también es cierto lo contrario: el dolor nos vuelve fieros, rencorosos, vengativos, inhumanos, pero aún suponiendo que siempre nos hiciera mejores, hasta en ese caso, no parece un recurso legítimo; yo, al menos, no lo emplearía ni con mi perro ni con mi hijo.
Y, sin embargo, en este universo el dolor está ahí, detrás de todo, pues cualquier cosa puede llegar a dolernos, hasta el amor, y sobre todo el amor. Los seres humanos contamos con una insondable capacidad para experimentar dolor. A la percepción del dolor se le llama sufrimiento. La distinción no es ociosa, pues permite entender porque, aunque todo puede llegar a provocarnos dolor, no todos lo sufrimos con intensidad idéntica.
El fuego causa dolor, el hambre causa dolor, una herida causa dolor; pero la impresión de esos dolores no es la misma de persona en persona ni de ocasión en ocasión: puede ser la misma quemadura, pero sufrimos menos cuando es el resultado de una torpeza en la cocina que cuando nos la inflige un torturador; puede ser la misma herida; pero la sufrimos más en mitad del campo de batalla que en mitad del campo de golf; puede ser la misma hambre, pero taladra más el hambre de los días de miseria que el hambre autoimpuesta en una huelga de hambre por la dignidad.
Y también conviene distinguir entre dolores físicos y dolores morales, y no porque unos se prendan de las terminales nerviosas y nos arrojen beatamente a los médicos y a los brujos; a los analgésicos, a los somníferos, al opio, a la morfina, y a nosotros, mas bien, muerdan el alma y nos esclavicen al diván del psicoanálisis o al confesionario, sino porque según sea la jerarquía que establezcamos entre ellos, pertenecemos a un tipo peculiar de persona. Así, quienes temen por encima de todo al dolor físico están destinados a ser esclavos de los poderosos, y quienes temen más a los dolores morales están destinados a ser esclavos de sí mismos. Frente al dolor unos son títeres del medio y otros marionetas de la culpa.

El dolor y, su correlato, el sufrimiento hacen del ser humano un ser en el que no se puede confiar: es posible que nuestro prójimo esté demasiado partido, demasiado doblado: sería imprudente creer que sus actos son libremente adoptados. Los actos humanos verdaderamente importantes son la bastarda consecuencia de la coacción del dolor. El dolor hace del hombre no una sufriente especie digan de compasión, sino una especie paimada digna del más cauto de los recelos.
El ser humano a causa del dolor es lumpen ontológico, animal predispuesto a obedecer y a lanzarse contra lo que le ordenen, pues, aunque la conciencia ciertamente permita que nos distanciemos del dolor, al conceptuarlo, no por ello conseguimos sobreponernos al vergonzoso instinto de sumisión que nos hace lamer la mano que nos hiere. No somos exactamente como el animal: uno con el dolor, pero tampoco logramos reapoderarnos de nosotros mismos desprendiéndonos del dolor: lo taremos untado en el ser. Y es que, aún no siendo todos los dolores igualmente graves –como aquél a que se refería César Vallejo cuando decía que hay dolores “como del odio de Dios”- nosotros nos encargamos de empatarlos. Cuando se trata de sufrir lo hacemos con toda nuestra capacidad, sufrimos como perros sin tomar en cuenta que lo que duele tenga o no importancia.
Solo los dolores ajenos nos parecen pequeños y eso que, por las experiencias que cada cual posee, en estos casos, siquiera, uno podría ser solidario. De esta indiferencia, sin embargo, no somos responsables, pues, paradójicamente, el dolor no queda en la memoria. Recordamos sí que alguna vez nos dolió, que sufrimos; pero no somos capaces de reproducir el recuerdo del dolor como lo hacemos cuando se trata de recordar una dirección o un teléfono. El dolor no tiene memoria y por esa razón no nos condolemos por el dolor ajeno; podemos sentir lástima, preocuparnos, pero no lo que se llama dolor, salvo que también sea nuestro dolor.

En el mundo hay muchas cosas inexplicables; muchas cosas que dan al traste con el principio de razón suficiente. Entre todas ellas quizá la más incomprensible sea el dolor, pues las otras empezando por la muerte y terminando por el error, son males de los que al menos de forma temporal, podemos desentendernos. El dolor es una grave falla del cosmos ante la que no podemos hacernos de la vista gorda: invade la conciencia, lo ocupa todo. La rebelión contra el dolor es una de las banderas de los inconformes.

Filosofía para inconformes

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